jueves, 20 de octubre de 2011

Viajes en coche a la Luna

Por Tanya Villarreal

Me levanté con el molesto chillido del despertador a las 7:30. Aún estaba dormida cuando abrí la llave de mi regadera, pero inmediatamente después de recibir el agua fría con los ojos cerrados, me daba cuenta del tiempo que corría tras de mí y me empujaba hacia mi primera clase de diseño. En 20 minutos ya me encontraba fuera de mi casa y dentro de mi coche, pero al prenderlo me daba cuenta que su batería había muerto: olvidé apagar las luces la noche anterior. Frustrada todavía por el tiempo, pedí a mi papá me llevara a la universidad. Llegué a clase medio despierta –poco dispuesta- a realizar el proyecto que nos habían asignado, que consistía en papel, cartón y plástico. Después de ese momento mi cabeza dio tantas vueltas por imaginar qué hacer con estos cuatro materiales que terminé por dejarlo para otro momento, de cualquier manera la creatividad es más un proceso de ideas espontáneas que un esfuerzo. Pasó el tiempo de una banca a otra, de Picasso a Nietzsche, del sentido del hombre al de Dios. Y ya cuando el día parecía haber llegado a la mitad del círculo, regresé a mi casa con ganas de comer: sostuve un cuchillo y tenedor para partir el bistec que habían preparado y opté por un vaso de vidrio para tomar agua de jamaica. Sentada en mi sitio todo me sabía bien y nada me molestaba, ni siquiera pensaba en hacer algo en específico. Después llegó el ocio y las próximas horas las dediqué a escuchar algo de Sigur Ros (de mi iPod) y en poco tiempo ya tenía ganas de seguir leyendo el libro de Armas, gérmenes y acero (Jared Diamond, 1998).

Esta es la imagen que se repite infinitamente en mi cabeza del día de ayer, y que nada significa para mi reloj de microchips.

La tecnología es conocimiento: ciencia aplicada para alcanzar la satisfacción de necesidades y deseos humanos que suponen una mejor adaptación, y esto es porque constantemente adecuamos el ambiente que nos rodea de tal forma que nos desarrolle aún más como individuos. En sí, la tecnología implica un proceso tangible en, aunque esto no quiere decir que hemos estado verdaderamente conscientes del gran cambio que gira a nuestro alrededor. Caminamos sobre ella, nos sorprendemos de ella (por lo tanto, nos sorprendemos del hombre) e incluso la juzgamos de acuerdo a nuestra conveniencia, ya que evaluamos según los estándares culturales de una sociedad, pero luego, ¿Qué significaría hallar un trozo de piedra en forma de recipiente o algún instrumento de escritura de cinco mil años de antigüedad? Al menos yo me maravillo de lo viejo por su trascendencia en la historia de la humanidad, y de lo nuevo por su lejano horizonte que nada nos aproxima a un futuro certero, y por esto mismo es que me intriga aún más el misterio de su creación. Si de alguna manera seguimos avanzando, daríamos por hecho que de algún punto hemos iniciado la partida hacia la transformación del mundo (la grandiosa hegemonía de las cosas).

En los últimos dos siglos hemos presenciado grandes avances en la ciencia que nos es inexplicable, muchas veces, cómo logró interferir en nuestra cotidianeidad. Desde un refrigerador, microondas, computadora (PC, personal), celular, tarjetas de créditos, etc., son meros instrumentos útiles y se nos hace fácil la idea de concebirnos como “creadores” del mundo. No podemos dejar de depender de la tecnología porque es su manifestación (nuestra obra) la que ha alcanzado grandísimas dimensiones que nos afectan física, moral y económicamente. Cada invento repercute no sólo en la vida diaria sino que también en el carácter evolutivo del hombre, por ejemplo la longevidad, que ha alcanzado –en promedio- los setenta y cinco años (México) gracias a numerosos avances biotecnológicos y medicinales (el láser, aparatos quirúrgicos, prótesis, el marca pasos, anestesia, antibióticos, rayos X, entre otros). ¿Cómo no sobresaltar un aspecto de la vida que intenta solucionar –con métodos científicos cada vez más avanzados- el miedo de morir? La novedad se expande tan rápido como una bacteria y esta simple analogía me hace recordar la sensación de tener mucha prisa y poco tiempo que todos alguna vez experimentamos. La pregunta es, ¿Cuál es el futuro de la ciencia? Sabemos que su aplicación técnica es inevitable para la sustentabilidad del medio ambiente, pero el efecto que provocará en las próximas generaciones es irreversible. Ahora las soluciones parecen estar almacenadas en el inmerso mundo del “internet” y en un navegador que te ubica perfectamente en el espacio. Es aprehensible todo cuanto pase por nuestras manos... y es la perfecta excusa para evitar sentirnos solos. En mi punto de vista, no tiene nada de admirable observar a muchas personas que dejan de interactuar con el mundo por entrar en este “nuevo mundo tecnológico”. Pero, he aquí la paradoja de volvernos objetos con los objetos que hemos creado. La tecnología tiene un fin utilitario que voluntaria o involuntariamente repercute en el crecimiento humano, y me refiero a crecimiento con el hecho de potencializar este mismo conocimiento, no por el contrario de apaciguar el impulso y la curiosidad que la vida misma nos provoca vivirla. Por qué no hacer de la provechosa tecnología un soporte para mostrarnos libres ante ella; parecería que esta situación no hace más que oprimirnos de alguna u otra manera y descubrirnos aún más indiferentes con la especie. Y si la bomba atómica ha provocado miles de muertes en el mundo, que los libros se encarguen de cuestionar para encontrar soluciones en la vida, pero esto es a voluntad de cada uno y depende de nosotros lo que queremos hacer con la tecnología: si hacer arte o diseñar sillas, revolucionar el tiempo o viajar al espacio, si seguir contaminando o reciclar, aislarnos del mundo o humanizarlo.

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